​Una pequeña historia sobre clasismo, feminismo y… otras cosas difíciles de entender.



El arquitecto Flórez, se presentó a un cóctel, reunión a la que convocaba distinguido y prominente constructor, para festejar el paquete de obras de este nuevo año. 

No había duda de que para el señor Moncada, dueño de la poseedora de varios contratos federales, el Arquitecto Flórez era uno de sus favoritos, para hacerle responsable de majestuosas obras. 
Moncada, un hombre en los 60’s, se acercó al matrimonio Flórez; el arquitecto se hacía acompañar de su hermosa y joven esposa, quizás 5 años menor que Flórez. El ambiente estival impregnado de perfumes finos, donde el paradisíaco jardín, servía de lujoso marco donde los asistentes lucían ataviados de elegantes prendas, y entre murmullos, sonrisas circunspectas y miradas indiscretas, se alcanzaba a percibir el tenue sonido que desprendía  un violín y el cristalino golpeteo de las copas y el hielo de los vasos… Moncada interrumpió cortésmente, y profirió: 
— ¡Arquitecto Flórez! 
Sin quitar una mirada atrevida de su esposa… 
— ¡Pero qué bella y sensual es su esposa! No cabe duda que es usted afortunado, y yo de manera personal, procuraré que la fortuna le siga sonriendo. —
— ¡Muchas gracias, Sr. Moncada, es usted muy gentil y amable —
Agradeció el Arquitecto Flórez, mientras que su joven esposa, tan sólo alcanzaba a dibujar una lánguida sonrisa, seguida de un ligero movimiento de cabeza, en señal de agradecimiento; inmediatamente ella volteó a ver el rostro del arquitecto con mirada de interrogación, pero notó que su marido sonreía feliz, y sinceramente agradecido. 
Leslie, recordó que escasos 15 días atrás, cuando acompañaba a su marido, un trabajador de una obra del arquitecto, hijo de un contratista de las confianzas de Flórez, al saludarlo, le dijo: 
— Con todo respeto arquitecto, tiene usted una esposa muy hermosa, a sus pies señora — 
Terminando de decir eso, hizo una respetuosa reverencia, además de ser muy cuidadoso de no mirar de manera impropia a la señora Flórez. 
El arquitecto le dio un fuerte empellón al momento que le gritaba: 
— ¡Qué te pasa igualado! — 
Inmediatamente después del exabrupto, Flórez dejó a su esposa en su auto, y se dirigió a despedir al infortunado joven y a su padre, amenazando de que fueran a firmar su renuncia sin exigir nada, de lo contrario demandaría al joven, por su irrespetuosa actitud, que ofendida a su mujer. 
Don Arnulfo, el contratista padre del apuesto joven que queriendo ser amable, ofendió a su patrón, no dijo ni una sola palabra cuando fue despedido, ni tampoco cuando fue a firmar su renuncia, pero nunca bajó la mirada. 
Recordó que cuando su hijo iba en la secundaria, vivió una situación también, difícil de comprender. 
Luis el hijo de Arnulfo, era un joven bien parecido; durante el tercer año de secundaria, un grupo de chicas, lanzaron a una compañera cuando Luis pasaba cerca de ellas, Luis se hizo a un lado, y la joven se golpeó en el piso. 
La directora de la secundaria pública a donde asistía Luis, lo expulsó. Las explicaciones del joven, no fueron suficientes, aunque él insistía que algunas de sus compañeras, lo molestaban, porque no les hacía caso, lo de ellas ya no era un juego, era un acoso, y Luis, trataba de no hacer caso, porque hasta algunos compañeros le hacían burla de maricón, por no chacotear con sus compañeras. 
El argumento de la directora fue: usted no fue lo suficientemente hombre.
Así las cosas… algunas difíciles de entender, otras muy obvias, pero lo que resulta es, que todo es meramente circunstancial. 

El retrato


José era un hombre muy callado, su pasión era observar todo en silencio, y después pasar horas y hasta días pintando lo que veía. 
En el pequeño poblado, era admirado por lo que pintaba, siempre veía cosas imperceptibles para la mayoría, y eso causaba mucho asombro, porque esos pequeños detalles y la calidad de su pincel dejaban plasmado en los lienzos imágenes que dejaban a las personas encantadas en silencio admirando la energía de sus obras. 
José empezó a pintar retratos de muchas personas. Los iba a visitar, no llevaba nada, solo los veía detenidamente, causaba nerviosismo la profundidad de su mirada. Lo más intenso era cuando miraba a los ojos de sus modelos, parecía que traspasaba por ellos, y miraba el interior. 
Así sin nada más se iba, y durante días se le veía poco. Cuando finalmente terminaba, entregaba sus obras a sus clientes en el jardín del pueblo. Se divertía viendo como las personas se asombraban viendo la semi perfección de sus retratos. Los modelos al verse reflejados en el lienzo del artista, buscaban sentarse, como si presintieran su caída, y no dejaban de ver con perplejidad detalles que ni ellos notaban de sus facciones; pero lo más impresionante era que siempre, dibujaba alguna figura en el corazón, y algo en las manos, y era algo que nadie había platicado a José, pero que tenían una fuerte relación en la existencia de las personas. El carnicero del pueblo, al ver su retrato, dijo haber sentido como si se hubiese visto a sí mismo desnudo, se cubrió la boca abierta con la mano, mientras dejó que brotaran las lagrimas sin siquiera limpiárselas. 
La calidad de sus obras, definía hasta las venas de los ojos, el tono blanquecino de cada quien era exactamente el mismo. Así, José se hizo de mucha fama y prestigio en toda la región. Algunos clientes, pedían al artista no exhibir sus retratos en el jardín, ellos personalmente los recogían en el estudio del pintor, estudio habilitado en su casa, desde donde se podía ver y escuchar la fuente y el sonido del agua que relajaba el ambiente. 
La señora de Lorca, una mujer en los 50’s muy elegante, además de hermosa, que fácilmente podía despertar la envidia de cualquier jovencita, invitó al artista a su hacienda para solicitarle un retrato. Jose aceptó la invitación. Mientras degustaban las generosas viandas que adornaban la rectangular y larga mesa del lujoso comedor de la Señora, ella trató de impresionar a José, simulando como que casualmente iban niños a pedir ayuda, y ella delante del pintor, daba monedas a los pobres inocentes desvalidos. 
Después de haber disfrutado los alimentos, pasaron a una sala de la hacienda donde especialmente se tomaba el té. Ella solicitó la fecha para ir a modelar a José para su retrato, ya hasta tenía lista una pared para la obra. José dijo que no sería necesario, que tan solo con esa visita bastaba para él poder realizar la pintura. Se despidió, prometiéndole informar cuando estaría listo su retrato. 
Durante el día de la estancia del pintor en su hacienda, la señora de Lorca, pudo comprobar todas esas cosas que decían del pintor. Se dio cuenta de lo observador que era, y ella había quedado cautivada por esa mirada penetrante del artista, que traspasó sus ojos y se metió tan dentro de ella, que hasta le costaba trabajo respirar de la emoción y de una sensación que le causó cierto placer, ya que José quien tendría unos 45 años, era un hombre bien parecido, y no le había sido indiferente. 
José tardo un par de meses en terminar la obra de la Señora de Lorca, quien estaba impaciente esperando noticias del pintor. Por fin, José mando un propio a informar a la señora que la obra estaba lista, y también le mandaba preguntar si quería recoger el retrato en su estudio o en una exhibición que haría en el jardín, donde entregaría dos retratos más. La señora Lorca, segura de su belleza, de su elegancia, de su amabilidad, atenciones y de la buena impresión que habría causado en el artista, prefirió la exhibición en el jardín del pueblo, donde presumiría con las personas de ahí y sus invitados que la acompañarían, su retrato hecho por el pintor del momento. 
Finalmente llego el día domingo, donde la concurrencia de las personas en el jardín, lo pintaba de un contrastaste colorido que lo hacía hermoso. 
Obviamente la señora de Lorca y sus invitados, hacían la diferencia en elegancia. Sus vistosos vestidos, anchos sombreros y refinadas fragancias, eran la sensación.
Por fin, José que a petición de la señora de Lorca, inició develando los primeros dos retratos para dejar por último el de ella, la señora decía que quería disfrutar hasta el último minuto su exposición y su presencia. 
La primer obra era de una señora que tenía una posada, donde ya casi no había cuartos de renta, porque ella había adoptado a muchas personas que no tenían hogar. Ella, la señora Esther, era regordeta, ya en los 60’s; su cara redonda dejaba ver unas rosadas mejillas, le faltaban un par de dientes pero su sonrisa era hermosa, su mirada destellaba una bondad que erizaba la piel, en su corazón, José dibujo unos leños ardiendo, y en sus manos las sombras de los rostros de los viajeros agradecidos y de los inquilinos de doña Esther, arriba un cielo azul, y un enorme y frondoso árbol, como los que había en la región, pero ninguno tan majestuoso. Doña Esther lloraba y se echaba aire con su mandil en su encendido rostro, estaba emocionada. Decía ella, que no merecía tanto. 
El segundo retrato era de Agustin, un señor que parecía amargado y que hablaba poco. Tenía un escritorio público, y muchos estantes con libros que permitía leerlos en el jardín con la consigna de regresarlos, y por eso no cobraba nada. Don Agustín no pidió el retrato, José se lo quizo obsequiar. Su rostro no podía ser más exacto, su mirada a través de los anteojos era de bondad, una bondad difícil de comprender, pero que se siente y los que ahí estaban así lo notaron. Detrás de él se veía una gran luz, de verdad que el trabajo de José en ese retrato era excelente, pues esa luz que había pintado, parecía que encandilaba. En sus manos sostenía muchas llaves, de todo tipo, como si las ofreciera a quien quisiera abrir alguna puerta. En su corazón había dos manos sosteniéndose entre sí, dos manos de alguien que está pensando. 
Don Agustín se emociono, pero no lo demostraba, en su retrato su rostro era más emotivo; él no decía nada, se sobaba las manos nervioso, pero no dejaba de ver su retrato, despegaba la boca sin darse cuenta, y de reojo volteaba a ver a José, quien como siempre observaba todo con mucha calma, sentado, con la pierna cruzada y una varita en la boca. 
Llego el turno de la señora de Lorca, quien agitaba nerviosa su abanico español de madera rosada y papel pintado con flores a mano por artistas de Valencia. 
José camino lentamente, tomó la manta y antes de jalarla para dejar al descubierto el retrato de la señora, le miró fijamente a los ojos, ella entendió la pregunta y asintió. 
La primera impresión al ver el rostro del retrato, fue la impresa belleza del rostro de la Señora Lorca, sus grandes y hermosos ojos lucían, ella sonrió nerviosa y expiró profundamente sin dejar de agitar su abanico, sudaba… Pero mientras fijaba más su mirada, empezó a notar algunos rasgos que no le agradaban, las venas de sus ojos estaban inyectadas de sangre, como cuando se encuentra en estado de exitación, su vestido se encontraba recogido hasta arriba de las rodillas, sus piernas lucían hermosas, pero ligeramente abiertas, y una de sus manos luchaba por sostener el vestido, como si una fuerza lo quisiera levantar. En la otra mano, en sus elegantes uñas perfectamente decoradas, lucían pedazos de la ropa de los niños que fueron a pedirle dinero frente al pintor. Sus joyas lucían enmohecidas, y en una esmeralda que pendía de su arete, se notaba el rojizo color de la sangre. Detrás de ella, se veía un enorme granero, lleno de los granos que se producían en la región, pero si observabas bien, por debajo se notaba infestado de roedores. Había poca luz en el lienzo, más bien el pintor había hecho alarde de su destreza para manejar las sombras, tan bien como lo hacía con la luz. La señora Lorca se acercó aún más y pudo ver en el reflejo de su mirada, en la pupila, la silueta de un hombre joven desnudo… Así, se sintió ella en ese instante: ¡desnuda! ordenó tapar nuevamente la obra y que la llevaran a su lujoso carruaje. Busco a José con su mirada altiva y elegante, le hizo una seña con un guante de seda nacarado, el pintor se acercó con la calma que lo caracterizaba, ella le extendió un abultado sobre, él lo tomo, lo puso en la palma de su mano como si fuera una báscula, todo esto sin que ambos se perdieran la mirada. José fue el primero en voltear hasta donde estaba un niño humilde con sus hermanitos jugando con las palomas, le llamo, se hincó y le guardo el sobre en su ropita, le dijo algo al oído, lo beso en la mejilla, y el niño se fue feliz. La señora Lorca no había perdido el mínimo detalle de lo sucedido, miraba a José con desprecio, le temblaban los labios, por fin le dijo a José que ese retrato no era ella. 
José, se dio la vuelta cruzo los brazos por detrás y alejándose caminando, le contesto: ¡por fuera! 

Dos mujeres sin nombre, ni hombre.


Ella era feliz, cuando menos eso aparentaba… con su mochila al hombro, deteniéndola con ambas manos, y no por ser pesada, le gustaba afianzarse así a sus cosas. 
Caderas pronunciadas, breve cintura, senos de regular tamaño, piernas torneadas que la llevaban a donde ella quería, y de verdad era adonde ella quería, sus lugares no eran los establecidos. Sus caireles de un pelo chino crespo, se movían al candente ritmo de su apresurado andar. 
¿Algún piropo? Eran varios, de su trabajo a la avenida eran tres largas cuadras que tenía que recorrer para tomar el autobús que la acercaría a casa. 
No le importaba lo que los hombres, en ocaciones hasta profirieran… Su mente y su corazón, estaban en otro lado, más allá del ensordecedor ruido de la ciudad. Pensaba si la llamada había dejado en su compañera la misma sensación de: «no quiero dejar de oírte». ¿Los correos, el chat, la foto el comentario en la red social..? ¿Significarían algo para ella? ¿Cómo tomaría una insinuación de ella? La moral en aquel lugar distante no tiene más que prejuicios, pensaba esto y se preocupaba ¿cómo decirle a una mujer, que soy otra mujer que me estremezco con su voz, con sus mensajes, viendo sus fotos? 
Eso era lo que ella llevaba en mente, y los acosos, piropos, miradas, y falsas atenciones aderezadas de una perceptible lujuria, pasaban desapercibidas. 
Así fue, hasta que venció el miedo y su timidez, tuvo más valor que complejos para decirle a esa compañera suya, que era ya su mejor amiga, que su corazón latía más allá de lo común por ella, más allá de lo común… Ciertamente lo hizo con el temor de verse rechazada, incluso mal juzgada; era un sentimiento que no podía ya ocultar y que se derramaba hasta en el más mínimo detalle… —Tengo que decirle, tiene que saberlo, me es imposible ocultarlo — y le declaró ese sentimiento, de tal manera que fue más allá de un arrebato de confianza, fue una declaración, cierto, pero fue de amor. 

Sin tocarla físicamente había logrado transmitirle todo lo que por ella sentía; no era seducción, era algo más, y así con el alma abierta la cautivo… — ¿Pero? — fue lo que escucho antes de un: — sí, sí, te quiero, te quiero yo también, y no sabía cuánto hasta este preciso momento en que declaras lo que tú sientes; me sorprendo pero me gusta sentirme así, atrapada en la sorpresa y en el misterio, sé que esto es una aventura que se puede convertir en el destino de mi vida, yo estoy dispuesta a dejarme llevar por ti —.
Después de dos meses de continuar hablándose, escribiéndose y trabajando juntas a la distancia para la misma empresa, se encontraron en un aeropuerto húmedo y frío, pero la temperatura parecía perder su efecto en ellas, la sangre les hervía, querían mirarse, abrazarse y… besarse. 

Así fue como la recibió, así fue como empezaron, así fue como más allá de los estrógenos y progestágenos, de los que ella carecía, pues había sido víctima de una severa endometriosis que la había dejado sin ovarios, la abrazo, la beso, la tomó de ambas manos, después de mirarse cada una en los ojos de la otra profundamente, que empezaron una nueva vida. 
Después de un encuentro así, con la plena confianza y seguridad de lo que ellas eran, más allá de tabúes y prejuicios, lo que vino después, lo que enfrentaron, solo fue cuestión de no soltarse de la mano, de amarse y de continuar confiando una de la otra. 
Se tenían, y eso era lo único que necesitaban, esa era su verdadera fe.