El tiempo de Sergio Romano 


Las redes sociales y los medios de comunicación, tienen que aprender a convivir. 
En este caso, se desprenden dos aristas que no se pueden pasar por alto para formar un juicio objetivo e imparcial. 
Por una parte, la famosa maestra Clarissa de Ciudad Obregon, Sonora, durante sus vacaciones en Los Cabos, Baja California, Sur, decidió estando en la playa competir en un concurso de baile sensual que tenía una bolsa de 260 dólares como premio al primer lugar, ella lo gano. El divertido evento quedó grabado, y esa evidencia dejo sin empleo a Clarissa, la maestra que daba clases en el Instituto Cumbre del Noroeste. La presión social y los padres de familia de los alumnos del mencionado colegio, obligaron a los directivos a exigir su renuncia.
En mi opinión, la maestra no está cometiendo ninguna falta; ella no está faltando el respeto a nadie, es simplemente: su vida privada; es un evento público, donde por esparcimiento para amenizar la época de los «spring break» se efectuó un certamen. 
Las redes sociales, son plataformas digitales que permiten por medio de internet dar difusión a la opinión de los ciudadanos, pero no son jueces, ni la opinión de la mayoría se tiene que tomar como un veredicto, aunque sean miles los que coincidan en un criterio. 
Puedo asegurar, que más de un padre de familia de ese prestigiado colegio, no obtienen sus ingresos de manera muy honesta. También es muy probable que muchos padres de familia hayan asistido a un table dance, o que alguna madre de familia haya presenciado una despedida de soltera donde la variedad sea un show de stripers, y posiblemente hasta ¡hayan bailado! ¿Eso los hace personas inmorales y no gratas? ¡Qué inquisidores! 
La sociedad es muy ambigua, por no decir hipócrita.

Los juicios más injustos, son por parte de personas de doble moral.  
Por el otro lado está un comunicador, un informador profesional que vive de los medios de comunicación, que se debe a un público que lo ha hecho ser protagonista de la información durante muchas décadas, me refiero a Sergio Romano Muñoz y Sandoval. 
Con respecto al escandaloso caso de la maestra Clarissa, (que insisto, en mi opinión personal no tenía por qué serlo), Sergio Romano se pronunció al aire, en la pantalla de miles de televidentes con un: «yo la mando matar». 
No, no quiero participar en un linchamiento, tampoco fui yo quién aventó la primer piedra, ni quiero hacer leña de un frondoso y legendario árbol caído. Pero esa declaración no fue un gazapo que con un: «usted disculpe» quede como si nada. Es algo más grave. 
Precisamente por su gran trayectoria como comunicador, Sergio Romano debería saber que en México, siete mujeres pierden la vida de manera violenta diariamente. Debería de saber que hay regiones muy lastimadas donde las mujeres asesinadas o desaparecidas se convierten en simples estadísticas, y eso duele mucho. No debería ignorar que incluso aquí en la capital sonorense hay una alerta de género por la violencia en contra de la mujer. ¿A caso para Sergio Romano la trágica violencia y la imperante criminalidad no lo hace estar consciente de lo que dice? Él debe de saber que de tras de un: «yo la mando matar», hay un sinnúmero de víctimas mortales en nuestro país, donde la afirmación sí se consuma. 
No, no fue un simple error. Tampoco es justificación decir que se dejó llevar por la efervescencia de las redes sociales sobre el tema de la maestra Clarissa; es más, esa excusa me parece pueril. 
Quizás sea el hartazgo de tanto tiempo al frente de los noticiarios; quizás sea el desgaste, la fricción de tantas opiniones; quizás sea el momento de darle la oportunidad a nuevos talentos; quizás ahora le toque a él dirigir y transmitir desde la oficina a nuevos comunicadores su experiencia. Eso es más valido. 
En la actualidad hay que ser más tolerante en los medios; se acabo el tiempo en que los únicos que tenían derecho a informar, dar su opinión y hacer análisis eran los periodistas, que muchas veces sesgaban la verdadera misión de la profesión y que es la imparcialidad. Ahora es una nueva era: la de las redes sociales. Hay que saberlas manejar, hay que convivir en armonía con ellas, hay que ser tolerantes, amigables, y estar por encima de cualquier provocación, porque todos en las redes sociales pueden opinar, pero los profesionales son los periodistas, y ese hecho, no sólo se debe de suponer, hay que ponerlo en práctica. 
Esta es otra época. 
Quizás es hora de capitalizar un error así, y retirarse del frente de batalla informativo, quizás sea el momento oportuno para hacerlo… con dignidad. 

 

¿Viviendo con culpas ajenas? 


Reflexión… 
Los testigos de Jehová, clarifican muy bien con su ejemplo lo que quiero decirles: Llegan a tu casa, no les importa lo que estés haciendo, les vale madre, pues ellos se sienten representantes de Dios, y no hay nada más importante, nada. Luego te atacan con preguntas que ellos esperan les contestes exactamente como lo dice la Biblia, y si no lo haces, señalan el versículo, y te lo leen. Si te disculpas amablemente para que te dejen en paz, insisten, no te sueltan; pero si te pones firme, y antes de mandarlos a la chingada definitivamente, les dices adiós, se te van a la yugular con la pregunta ¿le estás cerrando las puertas de tu casa a Dios? Y lo que hacen presintiendo que estás por dar el portazo, es clavarte el aguijón de la culpa, que después de haberse ido, extenderá su veneno: la duda, y te harás la pregunta: ¿soy un hijo de la chingada?, ¿hice bien? ¿A caso no tengo conciencia? 
No solo los testigos de Jehová, todas las religiones, las familias y la mayoría de las personas desde distintos ámbitos, si no te pueden convencer, te hacen sentir culpable, te hacen daño. 
¿Por qué te expulsan de de un clan familiar o de una religión? Te expulsan porque no soportan que pienses diferente; porque les resulta insoportable que no te dejes engañar; porque no pueden siquiera imaginar que tú puedas tener la razón.  
Pocas familias, viven en verdad esa bondad y esa armonía que aparentan. 
Si hay un pederasta en la familia, y tú lo señalas, estas atentando contra toda la familia, tú eres el culero. 
Tus tíos pudieron ser unos tiranos contigo, «así son, pero muy en el fondo te querían» eso está bien. Pero si tú eres indiferente con tus sobrinos, tú eres el culero. 
Tus hermanos te pueden ignorar y mandarte a la chingada un sinnúmero de veces, eso está bien. Pero con una vez que tú lo hagas, tú eres el culero. 
A ti te pudieron echar de tu casa con un patadón pintado en las nalgas, eso está bien. Pero si tú le llamas la atención fuerte a uno de tus hijos, tú eres el culero. 
Todo el mal que ellos te puedan hacer, tiene justificaciones que hasta parecen que vienen con salvoconducto divino. Todo lo justo que tú hagas, es una aberración. O sea, tú eres el culero. 
Si le mientas la madre a un cura pederasta, eres un sacrílego y te estás condenando en el fuego eterno del infierno. Si el cura abusa de un niño, es un ser humano que merece el perdón. Volvemos… el culero eres tú. 
¿Sabes de cuantas cosas eres culpable desde tu subconsciente porque así te lo han hecho creer sin que tú te des cuenta? Hay muchos botes de basura repletos, caminando por la calle con ¡un chingo de porquería de otras personas! 
Por eso yo no trato de convencer a nadie de nada, ni me aferro a que piensen exactamente como yo, o como lo dicte algún grupo, ni nada de eso. Yo apelo a mi libertad de expresarme, trato de provocar la reflexión, el pensamiento; busco despertar conciencias, que a su vez reflexionen, no que busquen un guía o un pastor. ¡No son borregos caray!
Por eso, a medida que evolucionas, te vas quedando con menos personas. 
Nacemos solos, hay sus excepciones, pero la regla es un parto individual. Pero lo que si va a suceder irremediablemente, es que a este mundo sí lo vas a dejar solo… te vas a ir tú solo. 
Con quien tienes que estar en verdadera armonía es contigo mismo, con quien tienes que estar en paz es contigo, nada más. 
¿Será necesario llegar hasta esa encrucijada final, para darte cuenta que la mayoría de culpas y complejos te los impusieron, y que así caminaste gran parte de tu vida? 
Hoy es tiempo. 

 

Papeles de Panamá, ¿un escándalo más para México? 


La política y la farándula cada vez tienen más similitudes, cada vez interactúan más entre sí. 
El escándalo: «Los papeles de Panamá» no destapa nada que no se supiera, cuando menos en nuestro querido México: políticos corruptos. Este trabajo periodístico señala con precisión y además documenta con pruebas contundentes a quienes no sólo evaden al fisco, sino a la justicia y a la que se supone debiera ser la «inteligencia financiera» de nuestra expoliada nación. 
En otros países, esta revelación seguramente tendrá consecuencias y graves para los políticos involucrados; muy probablemente causará la dimisión de quienes ostenten encumbrados puestos políticos. 
Pero… ¿qué pasará aquí en México? 
Los políticos mexicanos son hábiles en difuminar acusaciones en su contra. Si apelamos a la lógica mexicana, no pasará de ser lo que ahora es: un escándalo. 
Estamos tan acostumbrados a los escándalos de los políticos y somos tan aficionados a consumir este tipo de ediciones periodísticas de barahúnda política y farandulera, que lo hacemos hasta como pasatiempo. 
Debiéramos de reaccionar de diferente manera, esa es nuestra obligación como ciudadanos responsables e indignados con este tipo de prácticas corruptas que no cesan de hacernos un grave daño que para nadie es ya imperceptible. 
El estar realmente informado lo primero que crea es conciencia, no morbo. 
La evasión fiscal no es cualquier delito, es: el vehículo que arrebata ilegalmente los recursos sociales para terminar en el 1 % de de la población, donde se concentra la riqueza mundial. 
¿Hasta cuándo? 

  

¿Qué estás decretando? 


Reflexión… 
Es casi increíble ver cómo los decretos, cosas que decimos muchas veces sin pensar y que creemos sin importancia actúan con tanta precisión. 
Como ejemplos hay muchos, pero hay personas tan negativas que dicen: 

«ahora que vaya, va estar cerrado»   

«Yo nunca alcanzó lugar» 

«Siempre me toca al último» 

«Nunca me saco nada» 

«Siempre me dan lo mismo» 

«Siempre salgo perdiendo» 

«A mí no me hacen caso» 

«Todo mundo me chinga»

«No tengo suerte en el amor»… Y así, se van anticipando al peor de los resultados, inconscientemente hacen todo para que sucedan sus predicciones. 
De verdad, que hasta risa da la mala suerte de los que la pregonan. Es pasmosa la certeza de los «mala suerte», pero ellos creen que eso va a suceder, y… ¡sucede! 
Para amainar su mala estrella, se dicen realistas, eso los hace sentirse un perdedor chingón, un infalible estadista de la desgracia. 
La realidad es ver las cosas con objetividad dándole su justa dimensión; la realidad es el acontecimiento, es la acción materializada; la realidad es el presente, no es la percepción, no es el vaso medio vacío o medio lleno, es la cantidad del agua lo objetivo.  

 
La negatividad es una confianza inversa, que lejos de la objetividad cree que todo va a salir mal. Es fruncirse ante un golpe imaginario, es un estrés constante e innecesario.
El positivismo es una confianza con dirección, es hacer de la objetividad su mejor aliado. Es creer que si hacemos lo necesario todo puede salir bien. Es acción, es el resultado de hacer que las cosas sucedan en nuestro favor. 
Y también hay una actitud neutra, a lo que yo le llamo: pendejísmo. Es creer que las cosas van a estar bien, nomas porque si, y que si salen mal, pues ni modo, «es lo que tenía que pasar». A estas personas les da flojera hasta pensar, y permiten que agentes externos les diseñen su vida, solo se dejan llevar, no hacen el menor esfuerzo «¿para qué? Así son las cosas». 
El que se siente orgulloso de no creer en nada, no cree ni en el mismo. 
A la confianza que precede a la acción, al verbo, yo le llamo: Fe. 
Hay que tener mucho cuidado con lo que decimos, porque es el reflejo de lo que pensamos. Jesús, el filósofo, sabía perfectamente a lo que se refería cuando dijo: «No es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la boca, eso es lo que contamina al hombre.»
Y créanme, los decretos negativos son como las larvas de las moscas, engusanan, causan miasis en la vida y el alma de las personas. 
Y a los que no hacen nada, que miran sin comprometerse, que no saben lo que significa: compromiso ni solidaridad, pero que también estiran la mano, también hay que guardarles distancia. 
No hay que esperar mucho de nadie, a quien hay que aprender a exigirle es a nosotros mismos; nadie hará por ti más que lo que puedas hacer tú mismo. 
Cuidado.