Cuando era niño, frente a mi casa, había un gran terreno, era una manzana completa.
Nunca fue un simple baldío, porque estaba asfaltado. Era el espacio indicado para espectáculos viajeros, y así lo fue. Me tocó ver desde circos pobres y circos ricos, pero finalmente, la diferencia entre unos y otros no era significativa. La vida del personal de los circos, es muy diferente a la de sus espectáculos; tras el telón, hay siempre una mezcla de melancolía y miseria. Si, miseria humana.
También me tocó que se instalarán parques móviles de juegos mecánicos, duraban hasta un mes. La población flotante que vivía en los «juegos» se volvían mis vecinos. Eran personas de toda la república, algunos hasta extranjeros. Me aprendí el acento de las diferentes regiones del país con tan solo escucharlos. Sabía con tan solo escucharlos, cuál era su ciudad de origen.
Los juegos mecánicos, me dejaron una gran enseñanza. Entre las improvisadas cercas que ponían al rededor para restringir la entrada de personas sin boleto, siempre me las ingeniaba para colarme, me volví un experto invasor de los juegos. Nunca me gustó subirme, aunque mis vecinos de ocasión me invitaran. Muchas veces nada más me metía a comerme un Hot cake con cajeta y mucha mantequilla, eran deliciosos; los recuerdo y se me hace agua la boca.
La montaña rusa era la que más me llamaba la atención. Desde que llegaban y se estaban instalando, buscaba los carritos de la montaña rusa antes de que los montarán en los rieles, y escogía un carrito para ponerle una pequeña calcomanía de vasconia, que le quitaba a las ollas que vendía mi padre para los restaurantes; recuerdo eran anaranjadas con azul en forma ovalada.
Siempre buscaba el carrito al que le pegaba la calcomanía. Algunos carritos que llegue a escoger, no los subían a los rieles enseguida, otros empezaban desde el primer día. No recuerdo cuantas vueltas daban al día, eran muchas muchas… pero yo siempre buscaba mi carrito, al que le señalaba, y lo veía ir y venir, con unas y otras personas a bordo de él; pero mi calcomanía seguía ahí, donde yo la había puesto, y eso me daba emoción. En un par de ocaciones, no sé si usuarios o los encargados, llegaron a quitar mi calcomanía, y me daba mucha tristeza no volverla a ver ahí, donde yo la había puesto.
Pasaron algunos años, deje la niñez y ahora mis aventuras habían trascendido. Tenía 19 años ya, y tenía quizás 5 años de no pegar calcomanías, me había ido de casa, después mis padres se mudaron de ahí, y un día pase y vi que estaba un parque de diversiones, reconocí a alguien de la taquilla, ellos no me reconocieron a mi, de niño a joven se cambia mucho, y le dije que solo iría a comprar un Hot cake, me dieron el pase sin pagar boleto, era media semana, había poca gente. Cerca de la montaña rusa, estaba el puesto de los Hot cakes, pedí el primero, bañado en cajeta y con mucha mantequilla. Lo estaba disfrutando, cuando mi mirada se quedo fija en una calcomanía de vasconia en un carrito amarillo, ¡esa calcomanía la había pegado yo posiblemente siete años atrás! Recordé el gusto que me daba ver los carritos que señalaba, me vinieron varios recuerdos de golpe, que no pude controlar, y me salieron lágrimas… como si dejando salir el líquido salino por mis ojos me cupieran más recuerdos y emociones.
Basta decir que fueron tantos recuerdos y emociones, que solo comí un Hot cake, no pude controlar las lágrimas y me retiré al lugar más obscuro hasta donde pudiera ver aquella calcomanía que puse ahí cuando era niño, y aún estaba ahí.
Así los grandes amigos, van, vienen, algunos van muy lejos, y los dejas de ver mucho tiempo, y cuando menos piensas, ahí están, y todavía te llevan en su corazón, ahí donde hace muchos años dejaste una marca, que dudabas que estuviera así, tal cual la dejaste y que ni siquiera imaginaste volver a ver.
¡Gracias!